Dogma de la Maternidad Divina de María, dogma de su Virginidad, de su Inmaculada Concepción y de su Asunción.
En el año 431 se celebró un concilio en Éfeso que reunió a todos los obispos de la época. El concilio proclamó la maternidad divina de María, siguiendo a San Cirilo de Alejandría: «No es que primero haya nacido un hombre ordinario de la Santísima Virgen y luego el Verbo haya descendido sobre él, sino que decimos que, saliendo del vientre, unido a la carne, aceptó un nacimiento carnal».
Los Padres del Concilio de Éfeso no dudaron en llamar a María «Madre de Dios». Veinte años después, en el Concilio de Calcedonia (451), esto permitió afirmar que efectivamente Jesús era «verdadero Dios y verdadero hombre».
El dogma de la virginidad perpetua fue elaborado en el Segundo Concilio de Constantinopla en 553, luego definido en el Concilio de Letrán en 649, y proclamado por el Papa Martín I: María era virgen antes del nacimiento de Jesús y permaneció así hasta su muerte. Por lo tanto, Jesús no tenía ningún hermano o hermana.
Lourdes nació de la confirmación de uno de los dogmas proclamados por los Santos Pontífices, el de la Inmaculada Concepción.
En efecto, el 25 de marzo de 1858, la Señora que se presentó a Bernardita Soubirous en la Gruta de Massabielle le dijo: «Yo soy la Inmaculada Concepción», ratificando el dogma que había sido proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854.
El 1 de noviembre de 1950, Pío XII proclamó el dogma de la Asunción por medio de la Constitución Apostólica Munificentissimus Deus con estas palabras: «Pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado; que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste».
Un acontecimiento que tiene su origen en la tradición de la Iglesia, largamente madurada por un siglo de teología mariana, y que aquí en Lourdes se celebra con gran pompa por la Peregrinación Nacional Francesa, dirigida por la familia asuncionista.
El dogma de la Asunción está vinculado a la Inmaculada Concepción. La Inmaculada Concepción es el comienzo de la vida de María concebida sin pecado, pero la muerte es una consecuencia del pecado… La Asunción de María nos recuerda que la Virgen María no conoció la corrupción, porque no conoció la muerte debida al pecado.