Durante el mes de mayo, Lourdes honra a la Virgen María proponiendo que se ofrezca una flor blanca a Nuestra Señora. Durante todo el mes de mayo, los voluntarios del Santuario depositan flores blancas a la Virgen coronada en su nombre. Flores que completan el ramo ofrecido por la oración de todos los peregrinos que rezan los diferentes rosarios recitados todos los días en la Gruta.
¿Por qué se asocia el mes de mayo a la Virgen María?
Es difícil decir exactamente por qué se asocia el mes de mayo con la Virgen María. Tradicionalmente, el mes de mayo no tiene una fiesta mariana importante, como el mes de agosto o diciembre. Hay que esperar hasta 1959 para celebrar, con la reforma de la liturgia, la Visitación el día 31 de mayo.
La tradición católica que dedica un mes entero a una devoción particular tiene su origen en el siglo XVIII. La de mayo, mes de María, nació en Roma en 1724. Durante el mes de mayo se vive la primavera y la vida comienza de nuevo; es un momento propicio para poner en marcha la propia vida espiritual, siguiendo a María, «la primera que se pone en camino». Un poco antes de esa fecha, san Felipe Neri (1515-1595), por ejemplo, pedía a los niños que ofrecieran a la Madre de Dios flores primaverales, símbolos de las virtudes cristianas que deben florecer también en su vida cristiana. Así pues, el mes de María ha sido desde el principio no sólo un bello acto de piedad hacia la Virgen María, sino también un compromiso para santificarse día a día. Así pues, es muy probable que exista una conexión entre la belleza de la flora que se manifiesta en mayo y nuestra Madre celestial.
El mes de mayo durante el tiempo pascual
El mes de mayo coincide cada año con el tiempo de Pascua. El mes de María puede ayudarnos a vivirlo plenamente.
Cuando recitamos los misterios gloriosos del rosario, recorremos con María las tres grandes etapas del tiempo pascual: la Resurrección, la Ascensión y Pentecostés.
El mes de María es una ocasión para practicar las virtudes que manifiestan la vida nueva por la fuerza del Espíritu. Cuando contemplamos la vida de María descubrimos a la Purísima, la Inmaculada Concepción, la que no ha pecado. El tiempo pascual es el momento en el que tomamos conciencia de que, por la Resurrección, hemos muerto al pecado.
A Jesús por María
María está atenta a nuestras necesidades, como lo hizo con los invitados en las bodas de Caná. Ella intercede por nosotros (Jn 2,3). Lleva a Jesús todas nuestras peticiones, todas nuestras oraciones. Cuando rezamos el rosario y repetimos los «Avemarías», somos como niños pequeños que necesitan coger la mano de su madre para seguir avanzando. Nos encomendamos a la intercesión de María, nos apoyamos en ella para caminar hacia Jesús. Nos dejamos guiar por su oración.