Durante el mes de septiembre, la Iglesia celebra tres fiestas marianas entre semana: el nacimiento de María (8 de septiembre), el nombre de María (12 de septiembre) y los dolores de María (15 de septiembre). En este día la Iglesia honra sus incomparables dolores, especialmente los que sintió al pie de la cruz.
Fue en la Edad Media cuando los cristianos comenzaron a reflexionar sobre la compasión de la Madre de Jesús. En efecto, fue la única persona fiel a su hijo desde su nacimiento a la cruz, a cuyos pies se mantuvo firme. La devoción distinguió siete dolores de la Virgen María: la profecía de Simeón, la huida a Egipto, la desaparición de Jesús en su peregrinación a Jerusalén, el encuentro de Jesús y su madre en el camino a la cruz, la crucifixión, la bajada de la cruz y la sepultura de Jesús. La veneración de los dolores de Nuestra Señora condujo a la institución de una memoria litúrgica que fue extendida a toda la Iglesia por el Papa Pío VIII en 1814. A través de esta institución, quería agradecer a la Virgen María por su protección maternal durante la tormenta revolucionaria. Al día siguiente de la fiesta de la Cruz gloriosa, la Iglesia contempla a aquella que «sufrió profundamente con su único Hijo y se asoció a su sacrificio con toda su alma maternal, consintiendo con amor la inmolación de la víctima que había engendrado» (Concilio Vaticano II).
En este día, podemos escuchar, cantar y, sobre todo, rezar el hermoso himno del Stabat Mater. En Lourdes, se canta cada viernes durante la procesión mariana. También, el viacrucis es un bello rezo que nos hace participar en la ofrenda de Jesús por los pecadores. María está a nuestro lado en nuestro sufrimiento, como estuvo junto a Jesús durante su Pasión.
Durante la visita del papa Benedicto XVI a Lourdes (12-15 de septiembre de 2008), con motivo del 150º aniversario de las apariciones, durante la homilía de la misa de la Virgen de los Dolores, el Papa recordó:
«Ayer celebramos la Cruz de Cristo, instrumento de nuestra salvación, que nos revela en toda su plenitud la misericordia de nuestro Dios. En efecto, la Cruz es donde se manifiesta de manera perfecta la compasión de Dios con nuestro mundo. Hoy, al celebrar la memoria de Nuestra Señora de los Dolores, contemplamos a María que comparte la compasión de su Hijo por los pecadores. Como afirma san Bernardo, la Madre de Cristo entró en la Pasión de su Hijo por su compasión (cf. Sermón en el domingo de la octava de la Asunción). Al pie de la Cruz se cumple la profecía de Simeón de que su corazón de madre sería traspasado (cf. Lc 2,35) por el suplicio infligido al Inocente, nacido de su carne. Igual que Jesús lloró (cf. Jn 11,35), también María ciertamente lloró ante el cuerpo lacerado de su Hijo».
Para ilustrar los dolores de la Virgen Madre, los pintores representan su Corazón atravesado por siete espadas, que simbolizan los siete dolores principales de la Madre de Dios, que la coronaron Reina de los Mártires. He aquí una lista de estos siete dolores cuyo recuerdo es muy preciado para los hijos de María:
La llamada a la penitencia ocupa un lugar importante en el ciclo de Apariciones: cinco de dieciocho. Se sitúa más o menos en la mitad del ciclo. La penitencia no es la primera ni la última palabra del mensaje de Lourdes, pero no hay mensaje cristiano que no llame a la conversión. “Conversión”, “arrepentimiento”, “penitencia” son tres formas de traducir la misma palabra utilizada en los Evangelios. El 24 de febrero de 1858, en la Gruta de Lourdes, la Señora se presentó a Bernardita y le dijo: «¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Penitencia! Ruegue a Dios por los pecadores».